Foto: Sandra Hernández

Anoche fui testigo de algo que me conmovió más de lo que imaginaba. Fui al primer Lunario de La Texana, el proyecto de post-punk mexicano liderado por Josué, un artista de apenas 21 años que está construyendo algo hermoso, sincero y poderoso desde la independencia total.

A veces pienso que hay artistas que logran hacer realidad lo que muchos soñamos cuando empezamos a hacer música en nuestros cuartos. Ver a Josué sobre ese escenario, con un Lunario lleno donde no cabía un alma más y que lo agotó desde semanas antes, fue algo más que un show, fue presenciar a alguien viviendo el sueño. No ese sueño lleno de lujos y fama vacía, sino ese que se construye desde la pasión, el talento, la inteligencia y la conexión genuina con las personas.

Foto: Sandra Hernández
Foto: Sandra Hernández

Yo tengo 35 años, y aunque venimos de generaciones distintas, sentí algo muy profundo al ver a este músico joven que empezó a hacer canciones en su computadora durante la pandemia, cuando tenía apenas 17. Ayer estaba parado frente a cientos de personas que gritaban su nombre, que coreaban cada palabra, que lloraban y reían con él. De alguna manera recordé cuando a mis 20 años mi sueño era ser músico y que mi banda la rompiera como el lo está haciendo, así que sí, me permití soñar un poquito.

Una de las cosas que más me sorprendieron fue que el disco nuevo, La Casa que Cae, salió apenas el 25 de abril. Y aún así, casi el 90% del público se sabía todas las letras de memoria. Yo misma soy parte de ese porcentaje: lo he escuchado tantas veces que me lo sé casi completo. Pero ver a tantas personas cantando al unísono, con tanta emoción, a tan pocos días del lanzamiento, me pareció algo profundamente significativo.

Hubo un momento en que dejé de mirar al escenario para mirar al público. Y ahí fue cuando todo hizo clic: la gente estaba feliz, eufórica, realmente conectada con lo que estaba pasando. Era evidente la química entre Josué y su audiencia, una energía que se sentía cálida, honesta. Él no dejó de agradecer en ningún momento: al público, a sus padres (que estaban presentes), a la vida por permitirle dedicarse a esto que tanto ama.

Foto: Sandra Hernández

El setlist fue un viaje emocional. Temas como: Estrés, Un Día Como Hoy, Resiste y Trataré (que es mi favorita, por cierto). Pero hubo un momento especialmente íntimo cuando presentó Nunca he sabido amar y dijo que esa canción “fue la que comenzó todo”. Ese instante fue como volver al origen de todo esto: a ese cuarto donde nació La Texana, a esa necesidad de volcar el corazón en canciones.

La formación fue minimalista pero precisa: él como guitarra principal, acompañado por un guitarrista, un bajista y una caja de ritmos. Sin batería, pero con un sonido limpio y poderoso. Todo estuvo envuelto en una estética visual preciosa: luces magentas, azules, moradas, y un gran sol suspendido sobre el escenario que brilló arriba, pero no más que Josué.

Hacia el final, mientras repartían pósters anunciando el siguiente gran paso: Un concierto en el Teatro Metropólitan en febrero de 2026, pensé que eso que estaba viendo no era solo un concierto. Era alguien viviendo el sueño de muchos de nosotros. Ese sueño que alguna vez tuvimos quienes nos encerramos con una hoja en blanco, con un instrumento al frente tratando de hacer lo que más amamos.

La Texana está creciendo rápido, pero sin perder el alma. Y eso, en estos tiempos, es realmente valioso.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Close